Observaba sus manos seguras
acariciar, como si de otro cuerpo
se tratase,
la vieja madera flotante.
Su mirada era triste,
y su piel oscura como esa noche.
Reía el mar,
pues esa noche dormiría acompañado.
Un paso más.
No podía quitar ojo
a su firmeza,
sin saber que dejaba atrás
mucho más que esa playa.
¡No sigas!
Su compañera brillaba en el cielo
y sabía que su viaje
sería largo y solitario.
Otro paso más.
¿Me echarán de menos?, piensa.
Los edificios la miran también,
y le confirman que con ella
irán donde esté,
sus amigos, sus aspiraciones,
su valentía.
Uno más y volamos, le susurra
su compañera celestial de viaje.
Y así se despide,
con miles de sueños en su maleta,
con recuerdos que llenan sus ojos,
y con la esperanza que llena
su corazón.
Cae la noche y el mar la arrastra.
Ya no mira atrás,
acaricia la madera que la recoge
y sonríe.
Empieza el vuelo.
El viaje es largo,
le susurra desde el cielo.
No dejaba de mirarla,
y supo que ya no la abandonaría más,
que ese viaje empezaba y acababa
con su compañía
para iluminar su camino
hasta suelo firme.