Tengo una bala atravesada
en mi pecho,
tengo...una bala.
Y huele a despedida
y a flor marchita
y a dolor
y a ti,
huele...a ti.
Dicen que el día que vuelvan
a dispararme de nuevo,
se irá la flor marchita de mi pecho,
pero dicen...y se equivocan.
Tú,
tan terremoto
y yo
su caótico epicentro.
Creo que te grabé
en mi mundo de acero,
a fuego tan intenso que apenas
me dio tiempo a prepararme.
Hay terremotos que llegan
con lo puesto y sin avisar,
¿sabes?
(Des)vestidos,
aferrados a arrasar(te)
para encontrar así
su gloria.
Apuntan y disparan,
sin miedo a no dar en la diana
y se creen vencedores
de su propia batalla.
Y entonces los arrastras,
se agarran a tu espalda,
gritan mudos,
odian amando,
se endulzan amargos.
Ríen. Te han encontrado.
Entonces llega:
humo y pólvora,
gatillo tomando impulso.
Y sé
que no habrá otra bala,
no la habrá,
hasta que le baile a la pena
y le entregue mis miedos
o le diga
que ya no,
que hoy disparo yo.